mardi 9 septembre 2008

La picaresca


Exhimo de cualquier grado de culpabilidad a las almas que dejaron de leerme. Bien sea por aburrimiento, o por falta de constancia, asumo mi responsabilidad en el gradual abandono que ha sufrido este blog; y eso que estoy viviendo uno de los momentos que más me deberían de inspirar. Y así es. Pero no se da la circunstancia de que tenga continuamente acceso a internet durante este periplo mexicano. De hecho, intento de alejarme de las computadoras y salir a la calle lo máximo posible. Tiempo habrá de relatar lo vivido... pienso. Chiapas, Oaxaca, Palenque... ayer llegué al D.F. Siendo sincero, fue un buen subidón de adrenalina. Uno no es ajeno a las noticias, los secuestros, la delincuencia, los comentarios de los lugareños sobre la inseguridad, la corrupción policial, etc. Y justo al anochecer, me bajé del camión. Tenía que agarrar el metro, transbordar a otra línea, y contratar los servicios de un taxi. Todo salió perfecto para llegar a la casa de mi couch en el D.F. Pero... ¡Ojo! la picaresca del taxista me hizo gracia. La gente no está acostumbrada a dialogar, a charlar en las grandes ciudades. Todos desconfían de todo el mundo, o esa es la sensación que tengo. Y yo me dejé llevar, aún siendo consciente de este hecho. Hablamos de futbol y de otras cuestiones, le expliqué donde quería que me dejará, pero nos costó llegar hasta la dirección determinada. Y yo, me sentía agradecido, porque consideré que sin sus conocimientos de la zona quizás nunca hubiera llegado. Salí del taxi, y allí me estaba esperando el hijo de mi couch, Alejandro. Saqué las maletas y le pregunté al chofer cuanto costaba la carrera. La última vez que miré el taximetro marca como 40 pesitos. Cuando volví a asomarme, el conductor lo había puesto ya a cero y me respondió que habían sido 60.
- Pero si la última vez que miré marcaba 40... - le respondí.
- #¿¡! Quater - prosiguió el taxista - hemos dado un chingo de vueltas y note habrás dado cuenta que subía.
No discutí. Le miré y me resigné. Sabía que me ha jodido 20 pesos el muy pendejo. Pero me dio una lección. Me niego a fulminar el colegueo sincero y secuestrarlo en casa. Confío en que haya alguien que no quiera aprovecharse de mi. Eso sí, de momento, el grado de desconfianza hacia las personas ha aumentado. Que se le va a hacer...
Un abrazo y hasta pronto