vendredi 20 juin 2008

Despedidas

En una despedida, no acostumbro a decir adiós. Intento convertir esos momentos, tan ambiguos, a veces tan asquerosamente puntuales y rutinarios, en un hasta luego. Un adiós es tan sólo una frase para aquello que estás seguros no se volverá a repetir. Pero un hasta luego te abre un abanico de posibilidades: significa salir de una casa que has convertido en hogar, y dejar abiertas las puertas y ventanas para cualquier día volver a entrar.
Un hasta luego, un hasta pronto, un hasta la vista. Hasta cuando nos queramos ver, si somos lo suficientemente amigos; hasta cuando nuestros caminos se vuelvan a cruzar, si somos lo suficientemente viajeros; hasta que nos volvamos a encontrar, si nos queremos lo suficiente como para volver mirarnos.
En las despedidas no toca decir adiós. Toca mirarte a los ojos, regalarte una última sonrisa de agradecimiento, y pedirte que cada vez que me recuerdes lo hagas así: provocándote una sonrisa sincera y evocadora, tan singular que desees volver a repetir.

dimanche 15 juin 2008

La distancia

Recibí anoche la visita de algunos amigos. Un buen puñado de almas contentas. La mayoría llegó con una sonrisa alegre y sincera. Pero hubo una, que siendo especialmente profunda, claramente sentida, sobresalía de la del resto de compañeras.

Una sonrisa que no acababa ahí. Nacía y no moría. Se extendía por todos sus gestos, por todo su rostro; hasta sus ojos; húmedos, que reflejaban y hacían un hueco en su honda felicidad a la honda positiva que emanaba aquel colectivo. Pero unidas todas las ilusiones de aquella casa, no alcanzarían a inspirar y fabricar una mirada que evocara tanta alegría.

No, aquella noche no. Aquella noche, mi amigo, emocionado, quiso hacernos una pequeña alcoba al lado de la suya, y dejar que nuestras sensaciones festivas se aposentaran libremente junto a él. Que sus llorosas pupilas funcionaran como espejo. Dejó que, gracias a sus tan dichosas lágrimas, viéramos reflejada nuestra propia felicidad.

Se quebraba su voz. Me contaba que estuvo a punto de perder a su mejor amigo en un accidente de moto. “Un tarado se llevo por delante a mi padre”, me dijo. Me confesó que escuchando aquella llamada en la distancia, se le hicieron tres retorcidos nudos en el estomago; o más. Tres nudos que no le dejaban respirar. Tres nudos que no podría deshacer por aquella separación.

Distancia que construye sueños y fabrica nudos con la misma facilidad. Distancia que nos une más a algunos y nos acaba separando de otros. Mares, montañas y kilómetros de universo que rompemos cada día con más impunidad. Léase, con una llamada celular. Distancia que verdaderamente nos atrapa, nos destruye, humilla, nos encoge y disminuye hasta lo que somos. Seres humanos que seguimos sintiendo y viviendo, amando y olvidando, gracias a los recuerdos más puros de nosotros, los mortales.

Se quebraba su voz mientras sentía humedecer mi hombro. “No hagas boludeces”, me dijo. “Sin rencor, sin miedo, sin ridículo, hagaselo saber lo que sientes, a las personas que quieres en cada momento”. Estuvo a punto de perder a un ser querido, a su padre, su mejor amigo.

Siempre estuve seguro de lo que significa tener un amigo. Mejor no me callo, y se lo digo. Sentir como, tras un abrazo, un largo abrazo, tu hombro comienza a humedecerse en medio del silencio.

Nunca tuve tantos problemas para buscar conceptos positivos, adjetivos bellos. Nunca tuve que escribir más de cien palabras, donde todas, exclusivamente todas, estuvieran proscritas al rencor. Busqué sinónimos del concepto felicidad, y después me puse a escribir. Me acordé de vosotros, de mi amigo y sus palabras, y me maldije por el tiempo que perdí silenciando, afectos, amores y alabanzas. Pero creo que siempre estuve seguro de lo que significa tener un amigo, un ser querido.