mardi 15 avril 2008

Perfil, Basile Valtaretu

Basile Valtaretu, el cura ortodoxo que limpia retretes y se arrodilla ante Dios
Ajenos a cualquier ruido externo a sus vidas, los millones de ejecutivos, administrativos u oficinistas de este país abandonan sus lugares de trabajo cuando finalizan sus jornadas laborales. En ese momento, una mano forjada en espacios alejados de los despachos y pantallas de ordenador, vuelve a abrir las puertas de ese lugar que al anochecer duerme vacío. Entonces comienza la rutina diaria de otras muchas personas que, de una manera u otra, sirven a los habitantes de esas oficinas o bufetes de abogados: los operarios de limpieza.
Uno de ellos es Basile Valtaretu. Ataviado con su mono de trabajo, los guantes asépticos que permiten meterle mano al retrete y sus utensilios de desinfección, se dispone cada jornada a limpiar los váteres que otros han ensuciado. El inodoro se percibe minúsculo ante el tamaño del sujeto. Pero el limpiador prefiere no encender ninguna luz, trabaja casi a oscuras, ya que desea guardar el anonimato. Para él, este no es un oficio digno.
La gente se queja continuamente, cada día más; pero las protestas pierden intensidad. Basile Valtaretu se queja a diario. Con acento de rumano, variando la tilde de algunas palabras, y sin conjugar todos los verbos. Se queja siempre con las mismas frases y la misma entonación: “ahora tengo que ir a limpiar váteres; y no me gusta limpiar váteres”, dice el inmigrante a media mañana. Es una rutina para aquellos que le conocen, una declaración sibilina y sutil, como los reproches de ahora. La pronuncia con una suave voz, siempre intentando que nadie se entere para no ver manchada su reputación.
Se queja porque es pluriempleado; y porque sus manos estaban bien cuidadas hasta hace poco, acostumbradas a pasar las páginas de los gruesos libros de un seminario. Al margen de limpiar urinarios, su trabajo no remunerado, y a la postre su auténtica vocación y profesión, es ser párroco. De hecho, es el “rector” de la iglesia ortodoxa de la provincia de Tarragona, al frente de miles de fieles inmigrantes de diversos países del este: Rusia, Rumania, Bulgaria...
Incluso en su propia iglesia, con un pequeño retablo y un puñado de bancos en un espacio reducido, su físico consigue eclipsar la simbología del lugar. Pasa de los cien kilos, fácil, y por eso la sotana no consigue disimular sus redondeces. Saluda a los feligreses ofreciendo su mano, de dedos regordetes y que agita enérgicamente. Su tendencia a sonreír demuestra su optimismo, pero hay momentos en los que su mirada perdida de ojos oscuros refleja su difícil biografía.
Más cerca de los cuarenta que del medio siglo, Basile emigra hace cuatro años a tierras Catalanas. Cuando tan sólo era un niño de Costanza, la ciudad portuaria más importante de Rumania, ese era su sueño: atravesar las aduanas del comunismo para ver el mundo. Las únicas fronteras abiertas de aquel país estaban en el mar. El mar muerto, qué paradoja. Y a sus ojos, los capitanes de barco eran los hombres más felices. Con catorce años no había leído ni una línea de la Biblia, y nunca asistía a misa, pero su destino se decidió por lo que él denomina “una señal divina”.
Estudia Teología y se ordenó cura. 20 años de estudios: 10 en el colegio, 5 encerrado en un seminario y otro tanto como universitario. Va ganando peso, física y profesionalmente, y tras casarse con su esposa Helena, consigue situarse al frente de la parroquia más reputada de Costanza: la iglesia de los marineros. “Al fin tenía lo que soñaba, una familia, una casa, y el mejor trabajo al que podía aspirar. Tenía reconocimiento y era feliz. Pero mi historia no la he decidido yo” cuenta melancólico. Rompe un sueño por su sacrificio al servicio de Dios. Los responsables de la iglesia ortodoxa, a sabiendas de su buen hacer, le encomiendan una nueva misión: ponerse al frente de la creciente comunidad ortodoxa en el sur de Cataluña. Ahí reside desde cuatro años. Pasó de inmigrante legal a rumano sin papeles. Ahora, por fin ha conseguido regularizar su situación. Pronto podrá tener un contrato digno, quizás trabajar fuera de los lavabos y continuar sus estudios con un doctorado.
Es un buen orador. Su agresividad en el púlpito se transforma cuando desciende de él. Convierte su rigidez espiritual en una personalidad dicharachera, jocosa y bromista. Si te aproximas, es fácil que confíe en ti. Siempre mantiene su carácter paternalista, pero nunca se olvida del renombre que ostenta en la ciudad. Poco a poco, en una conversación en torno a un café al cual le invitan por su reputación, te das cuenta de sus dotes como guía espiritual. Será su devoción a su vocación. Lo cierto es que consigue hipnotizar al interlocutor, explicando la historia de su vida.
Que hable mal el castellano es una ventaja. Mientras van pasando los episodios y las anécdotas que cuenta emocionado, permite concentrarte en sus rasgos físicos. Piensas que, por ejemplo, si fuera una fruta su rostro sería una manzana de pómulos rosados; si tuviera que elegir una comida, elegiría unos garbanzos con guarnición; si se compara con un mueble sería un taburete redondo de piernas cortas y estrechas; si fuera un animal, un osito de peluche; o mejor, una lechuza; y si fuera un cantante, sería Luciano Pavarotti; Además, cantar, no canta mal. Lo delata el fuerte olor a desodorante que desprende cada mañana, acompañado de un cabello grasiento, clásico peinado de ralla a un lado y alguna cana.
Su papada barbilampiña y su voluminosa cara redonda hunden en el anonimato a sus ojos, nariz y boca. Basile es de tez clara, acompañada de algunos granitos producidos por un puñado de forúnculos infectados. Nada de traje, y tampoco sotana ni cuello blanco. Está más cerca de un ciudadano laico que de un religioso. De hecho, está casado y tiene dos hijos, “privilegios de la iglesia ortodoxa”, según él. Viste vaqueros y forro polar, sinónimo de que su imagen física no le importa demasiado. Es un tío sencillo, un sacerdote de aquellos que antaño se decían “padre”.
La mayoría de rusos y rumanos de la ciudad saben quién es. 200 bautizos y 20 bodas le acreditan, junto a un par de reconversiones de sendas prostitutas. Es un personaje popular para la comunidad, que ayuda a sus feligreses, les representa y controla su fe. De hecho, si no van a misa prefieren cambiar de tema. Está al frente de una asociación de rumanos que trabaja por la comunidad e intenta ayudar a los recién llegados. Asegura hacer de todo, desde taxista a psicólogo, pasando por garante moral en la petición de préstamos bancarios.
Basile dijo una vez que siempre soñó con ser capitán de barco, “tener marineros a quien mostrar el camino”, y lo ha conseguido. Muchos se sorprenden al verle agachado ante un retrete, pero él no se siente infravalorado por ese oficio. Su descontento lo produce la imposibilidad de dedicar todo su esfuerzo laboral a Dios, trabajar a “full-time” arrodillado ante él. “Mientras siga habiendo motivos para llenar mi iglesia en Tarragona, seguiré luchando junto a mi tripulación”, se muestra optimista. Lo dice olvidándose de las tres o cuatro horas diarias que dedica a limpiar inodoros, que no son almas, pero le permiten continuar con su misión. Julen Orbegozo Terradillos

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